Está bien haberle mandado el mensaje a
Laura. Ella es una mina piola, no me gustaría que me mal interprete. El que
calla, otorga. Mejor dejar las cosas lo más claro posible. Siempre hay lugar
para los malos entendidos. Siempre que se puede, mejor evitarlos.
Mina copada Laura. La pasábamos bien. Desde
el principio me sentí cómodo. Como si nos conociéramos desde siempre. Una noche
hasta llegué a decírselo. Ella me tranquilizó diciendo que disfrutemos mientras
durara, que encuentros así, además de ser raros, duraban poco. Sin embargo a
medida que la relación crecía también lo hacía mi intranquilidad. Comencé a
sentirme ansioso y fue ahí que decidí que era momento de ponerle fin.
“Vamos a tener que dejar esto” fue
exactamente lo que dije. Ella pareció entender desde el primer momento. O por
lo menos pretendió que lo hacía. Casi no hizo preguntas. Mucho menos reclamos. Sus
gestos, tan expresivos hasta ese momento, parecían haberse borrado por
completo. Se limitó a escuchar y bajó la vista. ¿Cómo podía quedarme tranquilo
de que lo había entendido? ¿Qué me garantizaba que no era una táctica para
despistarme? ¿Estaría siendo sincera? ¿No me estaría haciendo la de la
comprensiva? ¿Estaría esperando el momento oportuno para clavarme un puñal por
la espalda?
Sólo un hombre de fe hubiera podido confiar
en que la coherencia entre dichos y hechos resultaba evidencia suficiente. Para
un hombre racional como yo la evidencia, en lo que a mujeres se refiere, nunca puede ser suficiente. “Con las minas las
cosas lo más claro posible”, como decía mi viejo. A las minas les encanta
suponer. Mirás el reloj, suponen que querés irte. Si estás callado, es porque
estabas pensando en otra cosa. Si realmente tendrías ganas de verlas, dejarías
de hacer todo lo demás. Son expertas. Se
las arreglan con muy poco cuando se trata de suponer.
Yo estaba perfectamente advertido. Ya me
había pasado con Rita con quien juro que traté de no dejar ningún cabo suelto.
Con mucha sinceridad le propuse una amistad. Sin embargo cada vez que la
invitaba a mi casa a ver una película o a tomar un vino, ella intentaba rozar
mi pierna con la suya, con franca intensión de querer “algo más”. Es cierto,
Rita nunca pareció entender. Después de Rita me prometí a mí mismo que no me
volvería a suceder. No estaba dispuesto ni siquiera a una sutil insinuación de
“otra cosa”.
Fue así como los primeros meses que nos
vimos con Laura después de mi decisión, esperaba el momento oportuno para volver
a aclarárselo. Su respuesta no solía diferir mucho de la que había dado
originalmente. Aunque nuestros encuentros eran cada vez más espaciados
seguíamos escribiéndonos seguido. Que fuese por escrito no le restaba ni fuerza
ni valor a mis palabras. Pronto fueron cada vez menos las oportunidades en las
que conversábamos. Hace ya un tiempo que
no me escribe. Yo no dejo pasar mucho sin escribirle. Para que me entienda.
No me gustaría que suponga que me hago el interesante. que se filtre un malentendido,
porque, el que calla otorga, mejor las cosas lo más claro posible…por las
dudas…
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