viernes, 22 de junio de 2018

barrera baja


Camina absorbida en sus pensamientos bajo un cielo azul impecable al que solo lo distrae la estela blanca de un avión que no alcanza a divisar.
A medida que la barrera comienza su descenso va acelerando su paso. El silbido del tren va filtrándose en el aire. Su presencia invisible la va empujando a acercarse a las vías. Da un paso más. Se detiene en el extremo hasta el cual sus piernas la acompañan. El aire agitado por la proximidad de la máquina sacude los yuyos y toda aquella presencia de vida sensible. En ese instante todo parece alterado.
Da todavía un paso más hacia el abismo que la separa de las vías aturdidas. Sabe de lo inevitable. Sabe que pasará de un momento a otro.
Cierra los ojos. Escucha el latido rítmico de la campanilla metálica.
A su lado sobre el asfalto las bocinas denuncian la procesión espontánea a la que los autos parecen haber sido convocados. Comunidad quieta de la que ya es parte a pesar suyo.
Acerca las manos a su pecho y entrecruza los dedos de ambas en un gesto que no se decide entre la plegaria y el ruego.
Está tan cerca que puede percibir el rugido del tren filtrándose por sus poros dilatados mientras el aire agitado juega a hacer remolinos con su cabello.
Una pausa exacta para el instante perfecto.  Ése en el que reza hacia sus adentros su deseo, tesoro precioso, capricho secreto que intenta conjurar.
Mientras el último vagón apresura su marcha, solo resta esperar que la barrera se levante y así continuar su camino fundiéndose en el paisaje.



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