sábado, 18 de agosto de 2018

Sofi y Nico

Ni bien entré me encandiló el blanco de las paredes. Desde chicos Nico había tenido una exagerada inclinación hacia el orden y la limpieza. Se había mudado a ese departamento poco después de pasar meses sumergido en la elección de telas para sillones y colores de alfombras.
No estaba entusiasmada con ir. Sabía de todos los gestos de complacencia a los que me vería tentada a sucumbir. De todos modos allí estaba..
La iluminación a base de lámparas dicroicas me obligó a pestañear y cuando abrí los ojos me asaltó una terrible inquietud. El lugar parecía el reflejo de una foto de revista de decoración y mi presencia allí un accidente imprevisto. Fiel a su estilo de neutra tibieza, Nico había logrado recrear un ambiente muy cercano a un impersonal cuarto de hotel. Todo lucía impecable. Nuevo y reluciente. Quieto. Sin vida.
Debo admitir que nada de esto me tomaba por sorpresa. .
Me tiré en el sillón con la esperanza de hundirme. Nico miró mis botas. Decidí quitármelas antes de correr el riesgo de ensuciarlo. Me observaba esperando mi confirmación de que su esmero había valido la pena. Me limité a preguntarle qué vino había comprado. Le pedí que lo sirviera para brindar por su mudanza.
Ni bien percibí el calor del vino modulando mi garganta supe que esa noche no comería nada. Lo bebería en estado puro sin contaminarlo con otros sabores. Conocía perfectamente los efectos de tomar alcohol de ese modo. Podía contar varios papelones coleccionables. Sin embargo, nada persuadía al ansia por sentir mi piel dilatarse, percibir el leve mareo, sumergirme en la psicodelia lumínica, dar rienda suelta al aflojamiento de ciertas reservas y dejarme guiar por esa sensualidad embaucadora que varias noches me había conducido hasta una cama equivocada.
Con Nico me sentía a salvo. Nuestra amistad era tan pulcra como su departamento. Siempre habíamos conservado cada cosa en su lugar, a pesar de esa mirada que me había parecido pescarle esa vez que nos quedamos charlando en su auto. Nunca estuve segura de si efectivamente me había mirado de ese modo o simplemente yo había deseado que lo hiciera. Jamás volvimos sobre eso y  todo siguió por los carriles establecidos.
Cuando terminamos la botella sentí algo parecido a la pena. La luz se había difuminado por todo el living y el ambiente se había tornado onírico. Con el afán de rescatar una última gota estiré la mano para tomar la botella pero las ondulaciones del entorno hicieron que la tirara. Algunas gotas de tinto cayeron sobre la alfombra de pelo casi blanco.
-¿Y ahora qué hacemos? ¿Jugamos o pintamos?- pregunté mientras acercaba mi índice a una de las gotas. Era el gesto de quien va a escribir con el dedo sin tener en cuenta si podrá borrar con el codo.
-Ni se te ocurra, sonó su voz autoritaria- Por favor, no lo hagas- suavizó mientras retiraba mi mano de la inspiración surgida frente a la tela improvisada.
Abatida, me eché una vez más en el sillón. Esta vez cerré los ojos. Percibí la proximidad de Nico. Su presencia me daba tranquilidad. Apoyó su cabeza sobre mi panza y comencé a acariciarle el cuero cabelludo con las yemas de mis dedos. A medida que lo hacía me sentía cada vez más inestable. A pesar de estar acostada parecía a punto de caer. Quería sujetarme, pero mis dedos se enredaban en sus rulos. Por fin logré abrir los ojos y me incorporé. Percibí el plano inclinado en el ambiente. A fuerza de mantenerme quieta, intentaba atemperar la velocidad con la que todo mi entorno se movía. Imposible. Necesitaba con urgencia que el torbellino que giraba alrededor mío se detuviera. Una náusea comenzó a invadirme. Con paso tambaleante recorrí los metros que me separaban del baño. No encontré la luz, mucho menos el inodoro. Después de la arcada inicial vomité dos veces. Aproveché para drenar algo de mi furia de dragón inocentemente contenida. Único fuego que en esa noche ardería.




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