Apago la
luz. Acomodo la almohada. Estoy rendida. El cuerpo me pesa toneladas. Lo
único que deseo es dormir lo antes posible. Las cortinas permiten que se filtre
la luz de la calle dibujando sombras en el cielo raso. Las observo moverse como
si se tratara de una película muda de la que no consigo descifrar el argumento.
Los ojos se me van cerrando empujados por el peso de mis párpados. Siento mi cuerpo hundirse en el colchón. No
puedo pensar en nada. Tengo la cabeza saturada de imágenes y pensamientos
recolectados durante el día. Fue un día largo. Pero está terminando. Mañana
será otro día, por supuesto. En breve me
voy a quedar dormida. Afortunadamente el tratamiento viene dando resultado. Ya
no tengo que dejar la luz del pasillo prendida toda la noche. Es cuestión de
elegir bien las afirmaciones positivas, como dijo Graciela cuando empecé la
terapia. Si pienso “me voy a dormir” me
termino durmiendo, tarde o temprano. Uno atrae lo que piensa, hay que tener
mucho cuidado con lo que uno piensa.
Por eso en
lugar de pensar que tengo miedo de no poder dormir como lo hacía antes, ahora
me concentro en tratar de no pensar y en relajar el cuerpo. Primero boca
arriba, como ahora, dejando que el cuerpo se afloje mientras los ojos se van
cerrando. Ahora sí, ya puedo girar, debe
ser hacia la derecha, no me acuerdo bien por qué asunto de los meridianos. Me
sigue molestando este hombro. Desde que me caí del banquito tratando de sacar
el nido que las palomas intentaban hacer en el gomero del patio este hombro no me
quedó bien. Giro para colocarme boca abajo. Nunca entendí por qué llaman así a
esta posición, ya que la boca siempre queda necesariamente de costado. Como el
cuello me molesta, alterno la cabeza de derecha a izquierda sin encontrar alivio
en ninguno de los lados.
Vuelvo a
colocarme boca arriba. Miro el techo. Me inquieta que las sombras hayan quedado
fijas como si fueran estatuas. Parece como si hubiesen perdido vida. Estoy cada
vez más despierta. - Mañana tengo que ir a buscar el pantalón negro que dejé
para que le cambien el cierre, apunto en mi agenda mental. ¿Habrá quedado pan
para el desayuno? Tengo que pedir turno para la mamografía. El médico me dijo
que trate de hacerla lo antes posible. Que no me preocupe por ahora hasta
repetir el estudio. Es cierto que la imagen que vio no le gustó pero, “Vamos
paso a paso”, dijo. Tiene razón. Hay que pensar en positivo. Después de todo
que mi mamá y mi abuela hayan muerto de cáncer de mama no es motivo para pensar
que podría pasarme lo mismo. No tengo que pensar cosas feas. Tengo que pensar
que todo va a estar bien. Uno atrae lo que piensa.
¿Dónde
habré guardado la orden que me hizo el médico? Repaso mentalmente los lugares
donde pude haberla dejado pero no me acuerdo haberla visto los últimos días. Ni
siquiera me acuerdo qué hice en el momento que me la dio en la última consulta.
Espero no haberla tirado a la basura junto con el ticket de la compra del
supermercado. Estoy tentada de levantarme a buscarla. No creo poder conciliar
el sueño con semejante preocupación. De paso podría hacerme uno de esos tés
relajantes. Pero, ¿y si producto del agotamiento físico y mental me distraigo y
dejo la hornalla prendida? Sería posible un incendio. ¿Podría lograr apagarlo?
¿Alguien vendría a socorrerme o terminaría muriendo sola entre las llamas? No me
gustaría morir calcinada. Una muerte accidental haría intervenir a la policía.
Todos los planes que tengo para mi funeral se verían alterados por posibles
investigaciones y autopsias. No habría rosas rojas, palabras emotivas de mis
mejores amigos, tampoco sonaría Spinetta cantando Maribel. No me gustaría morir
así. No quiero morir sola.
En el
techo, las sombras desaparecieron.
Escucho el canto de algún que otro pájaro. Una profunda oscuridad invade el
cuarto mientras afuera amanece.
No hay comentarios:
Publicar un comentario