martes, 28 de agosto de 2018

sábado, 18 de agosto de 2018

Sofi y Nico

Ni bien entré me encandiló el blanco de las paredes. Desde chicos Nico había tenido una exagerada inclinación hacia el orden y la limpieza. Se había mudado a ese departamento poco después de pasar meses sumergido en la elección de telas para sillones y colores de alfombras.
No estaba entusiasmada con ir. Sabía de todos los gestos de complacencia a los que me vería tentada a sucumbir. De todos modos allí estaba..
La iluminación a base de lámparas dicroicas me obligó a pestañear y cuando abrí los ojos me asaltó una terrible inquietud. El lugar parecía el reflejo de una foto de revista de decoración y mi presencia allí un accidente imprevisto. Fiel a su estilo de neutra tibieza, Nico había logrado recrear un ambiente muy cercano a un impersonal cuarto de hotel. Todo lucía impecable. Nuevo y reluciente. Quieto. Sin vida.
Debo admitir que nada de esto me tomaba por sorpresa. .
Me tiré en el sillón con la esperanza de hundirme. Nico miró mis botas. Decidí quitármelas antes de correr el riesgo de ensuciarlo. Me observaba esperando mi confirmación de que su esmero había valido la pena. Me limité a preguntarle qué vino había comprado. Le pedí que lo sirviera para brindar por su mudanza.
Ni bien percibí el calor del vino modulando mi garganta supe que esa noche no comería nada. Lo bebería en estado puro sin contaminarlo con otros sabores. Conocía perfectamente los efectos de tomar alcohol de ese modo. Podía contar varios papelones coleccionables. Sin embargo, nada persuadía al ansia por sentir mi piel dilatarse, percibir el leve mareo, sumergirme en la psicodelia lumínica, dar rienda suelta al aflojamiento de ciertas reservas y dejarme guiar por esa sensualidad embaucadora que varias noches me había conducido hasta una cama equivocada.
Con Nico me sentía a salvo. Nuestra amistad era tan pulcra como su departamento. Siempre habíamos conservado cada cosa en su lugar, a pesar de esa mirada que me había parecido pescarle esa vez que nos quedamos charlando en su auto. Nunca estuve segura de si efectivamente me había mirado de ese modo o simplemente yo había deseado que lo hiciera. Jamás volvimos sobre eso y  todo siguió por los carriles establecidos.
Cuando terminamos la botella sentí algo parecido a la pena. La luz se había difuminado por todo el living y el ambiente se había tornado onírico. Con el afán de rescatar una última gota estiré la mano para tomar la botella pero las ondulaciones del entorno hicieron que la tirara. Algunas gotas de tinto cayeron sobre la alfombra de pelo casi blanco.
-¿Y ahora qué hacemos? ¿Jugamos o pintamos?- pregunté mientras acercaba mi índice a una de las gotas. Era el gesto de quien va a escribir con el dedo sin tener en cuenta si podrá borrar con el codo.
-Ni se te ocurra, sonó su voz autoritaria- Por favor, no lo hagas- suavizó mientras retiraba mi mano de la inspiración surgida frente a la tela improvisada.
Abatida, me eché una vez más en el sillón. Esta vez cerré los ojos. Percibí la proximidad de Nico. Su presencia me daba tranquilidad. Apoyó su cabeza sobre mi panza y comencé a acariciarle el cuero cabelludo con las yemas de mis dedos. A medida que lo hacía me sentía cada vez más inestable. A pesar de estar acostada parecía a punto de caer. Quería sujetarme, pero mis dedos se enredaban en sus rulos. Por fin logré abrir los ojos y me incorporé. Percibí el plano inclinado en el ambiente. A fuerza de mantenerme quieta, intentaba atemperar la velocidad con la que todo mi entorno se movía. Imposible. Necesitaba con urgencia que el torbellino que giraba alrededor mío se detuviera. Una náusea comenzó a invadirme. Con paso tambaleante recorrí los metros que me separaban del baño. No encontré la luz, mucho menos el inodoro. Después de la arcada inicial vomité dos veces. Aproveché para drenar algo de mi furia de dragón inocentemente contenida. Único fuego que en esa noche ardería.




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martes, 14 de agosto de 2018

jueves, 9 de agosto de 2018

el perfume de las bestias


mi piel se dilata
derramando su forma
disuelta
en un laberinto vicioso
me oriento por tus olores
para fundirme
con el perfume de las bestias







sábado, 4 de agosto de 2018

giro en falso


Apago la luz. Acomodo la almohada. Estoy rendida. El cuerpo me pesa toneladas. Lo único que deseo es dormir lo antes posible. Las cortinas permiten que se filtre la luz de la calle dibujando sombras en el cielo raso. Las observo moverse como si se tratara de una película muda de la que no consigo descifrar el argumento. Los ojos se me van cerrando empujados por el peso de mis párpados.  Siento mi cuerpo hundirse en el colchón. No puedo pensar en nada. Tengo la cabeza saturada de imágenes y pensamientos recolectados durante el día. Fue un día largo. Pero está terminando. Mañana será otro día, por supuesto.  En breve me voy a quedar dormida. Afortunadamente el tratamiento viene dando resultado. Ya no tengo que dejar la luz del pasillo prendida toda la noche. Es cuestión de elegir bien las afirmaciones positivas, como dijo Graciela cuando empecé la terapia.  Si pienso “me voy a dormir” me termino durmiendo, tarde o temprano. Uno atrae lo que piensa, hay que tener mucho cuidado con lo que uno piensa.
Por eso en lugar de pensar que tengo miedo de no poder dormir como lo hacía antes, ahora me concentro en tratar de no pensar y en relajar el cuerpo. Primero boca arriba, como ahora, dejando que el cuerpo se afloje mientras los ojos se van cerrando. Ahora sí,  ya puedo girar, debe ser hacia la derecha, no me acuerdo bien por qué asunto de los meridianos. Me sigue molestando este hombro. Desde que me caí del banquito tratando de sacar el nido que las palomas intentaban hacer en el gomero del patio este hombro no me quedó bien. Giro para colocarme boca abajo. Nunca entendí por qué llaman así a esta posición, ya que la boca siempre queda necesariamente de costado. Como el cuello me molesta, alterno la cabeza de derecha a izquierda sin encontrar alivio en ninguno de los lados.
Vuelvo a colocarme boca arriba. Miro el techo. Me inquieta que las sombras hayan quedado fijas como si fueran estatuas. Parece como si hubiesen perdido vida. Estoy cada vez más despierta. - Mañana tengo que ir a buscar el pantalón negro que dejé para que le cambien el cierre, apunto en mi agenda mental. ¿Habrá quedado pan para el desayuno? Tengo que pedir turno para la mamografía. El médico me dijo que trate de hacerla lo antes posible. Que no me preocupe por ahora hasta repetir el estudio. Es cierto que la imagen que vio no le gustó pero, “Vamos paso a paso”, dijo. Tiene razón. Hay que pensar en positivo. Después de todo que mi mamá y mi abuela hayan muerto de cáncer de mama no es motivo para pensar que podría pasarme lo mismo. No tengo que pensar cosas feas. Tengo que pensar que todo va a estar bien. Uno atrae lo que piensa.
¿Dónde habré guardado la orden que me hizo el médico? Repaso mentalmente los lugares donde pude haberla dejado pero no me acuerdo haberla visto los últimos días. Ni siquiera me acuerdo qué hice en el momento que me la dio en la última consulta. Espero no haberla tirado a la basura junto con el ticket de la compra del supermercado. Estoy tentada de levantarme a buscarla. No creo poder conciliar el sueño con semejante preocupación. De paso podría hacerme uno de esos tés relajantes. Pero, ¿y si producto del agotamiento físico y mental me distraigo y dejo la hornalla prendida? Sería posible un incendio. ¿Podría lograr apagarlo? ¿Alguien vendría a socorrerme o terminaría muriendo sola entre las llamas? No me gustaría morir calcinada. Una muerte accidental haría intervenir a la policía. Todos los planes que tengo para mi funeral se verían alterados por posibles investigaciones y autopsias. No habría rosas rojas, palabras emotivas de mis mejores amigos, tampoco sonaría Spinetta cantando Maribel. No me gustaría morir así. No quiero morir sola.
En el techo, las  sombras desaparecieron. Escucho el canto de algún que otro pájaro. Una profunda oscuridad invade el cuarto mientras afuera amanece.