viernes, 29 de junio de 2018

siempre que llovió paró


10:04 Am. Estoy en el consultorio esperando al primer paciente del día. Debió haber llegado 9:30. Hace media hora. Hace exactamente media hora que sigo tomando mate mientras espero. Hay días que detesto tener que esperar. Hoy es uno de esos días.
Otras veces, confieso, íntimamente lo agradezco. Guardo la vajilla  que se secó durante la noche. Barro la cocina y por qué no el pasillo de entrada. Hago mi cama. Saco la ropa que puse a lavar ni bien me levanté y lo cuelgo en la terraza. Ordeno un poco la casa. La metonimia doméstica, como suelo llamarla, tiene un nosequé para mí. Despliega el enorme potencial de mi alter ego “la hormiguita trabajadora”. En esas ocasiones el timbre del paciente me toma por sorpresa, casi como un imprevisto entre tanta debida obligación. Son muchas las ocasiones en las que,  todavía con los guantes de látex cubriendo mis manos, previo suspiro, por el portero eléctrico respondo: "un minuto".
Pero hoy es uno de esos días en los que la espera cobra su verdadera dimensión de sinsentido. Tiempo verdaderamente perdido. Irrecuperable.
Cuando me desperté el cielo prometía nubosidad en aumento y posibilidades de chaparrones para nada aislados. A  pesar del pronóstico, si no hubiera sido por el hecho de que hace cuatro días llueve sin cesar y que la soga desborda de ropa chorreante que lavé la mañana de la tarde del día que comenzó a llover, seguramente hubiera iniciado un lavado al tiempo que me preparaba mi primer termo de mate. Pero no. Resultaba imposible arriesgarme a semejante posibilidad acumulativa de materia pendiente, descontando la injusticia de privarle la prioridad de lavado a la humedad textil que languidece en la terraza.
Muy a mi pesar, haciendo acopio de una férrea voluntad, en un acto de puro estoicismo, me abstuve de iniciar ese primer lavado.
¿Cómo iba a imaginar que, entre las 9;50 -momento en que curiosamente comencé a sentir esta espera intolerable- y las 10,  comenzaría a vislumbrarse un haz de luz entre tanta masa espesa de nube gris? ¿Cómo iba a suponer que iba a tener tiempo suficiente para colgar el nuevo lavado e iniciar el del flagelo víctima de esa lluvia que parecía haberse vuelto eterna? Sólo un corazón desbordante de optimismo hubiera podido,  colocar la ropa sucia dentro de la máquina, verter el jabón en polvo y el enjuague, y casi como con un pase mágico presionar el botón de “encendido”, mientras repetía como un mantra las palabras que tantas veces le había escuchado decir a su abuela Luisa: “Siempre que llovió, paró”.



martes, 26 de junio de 2018

amenaza ausente


agazapado
acechás tu propia sombra
contorneando un puro vacío
y la amenaza ausente
de dejar de estar sólo


viernes, 22 de junio de 2018

barrera baja


Camina absorbida en sus pensamientos bajo un cielo azul impecable al que solo lo distrae la estela blanca de un avión que no alcanza a divisar.
A medida que la barrera comienza su descenso va acelerando su paso. El silbido del tren va filtrándose en el aire. Su presencia invisible la va empujando a acercarse a las vías. Da un paso más. Se detiene en el extremo hasta el cual sus piernas la acompañan. El aire agitado por la proximidad de la máquina sacude los yuyos y toda aquella presencia de vida sensible. En ese instante todo parece alterado.
Da todavía un paso más hacia el abismo que la separa de las vías aturdidas. Sabe de lo inevitable. Sabe que pasará de un momento a otro.
Cierra los ojos. Escucha el latido rítmico de la campanilla metálica.
A su lado sobre el asfalto las bocinas denuncian la procesión espontánea a la que los autos parecen haber sido convocados. Comunidad quieta de la que ya es parte a pesar suyo.
Acerca las manos a su pecho y entrecruza los dedos de ambas en un gesto que no se decide entre la plegaria y el ruego.
Está tan cerca que puede percibir el rugido del tren filtrándose por sus poros dilatados mientras el aire agitado juega a hacer remolinos con su cabello.
Una pausa exacta para el instante perfecto.  Ése en el que reza hacia sus adentros su deseo, tesoro precioso, capricho secreto que intenta conjurar.
Mientras el último vagón apresura su marcha, solo resta esperar que la barrera se levante y así continuar su camino fundiéndose en el paisaje.



viernes, 15 de junio de 2018

el ritual de los viernes


Abro la canilla de agua caliente y cuando el chorro es suficientemente contundente coloco el tapón a la bañadera. Por debajo justo donde golpea el chorro en la base del agua, vuelco un poco de espuma para baño aroma tilo. Adoro el perfume de los tilos. Me gustaría algún día, reemplazar el Plátano de la vereda por uno. Me contaron que la Ciudad de la Plata hay épocas del año que parece haberse perfumado con Tilos. Buenos Aires en cambio últimamente huele casi siempre a acumulación de basura y cloaca estancada. Son épocas en que la mierda flota.
Prendo un sahumerio y bajo el dimmer de la luz del baño.
Comienza uno de los momentos más deseados de la semana: el ritual de los viernes. Mientras se llena la bañadera me enciendo la tuca que quedó del domingo a la noche. No suelo fumar durante la semana. Pero ahora ya es noche de viernes, pura línea de fuga, una suerte de imperiosa expectativa de cosa nueva. 
Llevo la computadora al baño para así escuchar algún disco. Dudo entre alguno del elenco estable o arriesgarme con algo nuevo. Transo: elijo Talkie Walkie de Air, de ellos el que menos escuché hasta el momento. No le doy play hasta que cierro la canilla. Me molestaría mucho escucharlo comenzar con el ruido del chorro de fondo.  Ahora sí. El agua está increíble y la música está bien. Me suelto el cabello y me sumerjo hasta hundirme, mientras percibo como el agua tibia va ablandando el gesto cotidiano en el que suelo reconocerme, va deshaciendo sutilmente la máscara a través de la cual fallo en saber quién soy.

https://youtu.be/mQONxOIPPuI

martes, 5 de junio de 2018

comunión efímera


lucen socios
sus anónimos silencios
y el texto de sus vidas
hecho surco en las pieles ajadas
rozan sus pesares codo a codo
en comunión efímera