Cuando se disipó la niebla la hechura del monstruo quedó al desnudo. Un brillo de espanto penetró en las pupilas de cada uno de los presentes. Quiénes todavía podían ver tuvieron que cerrarlos casi inmediatamente.
Cobijados bajo los párpados, buscaron consuelo en la penumbra.
Trataron de imaginar su máscara primigenia. Aquél rostro anterior a que aquella voz inaugural pronuncie su nombre.
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