El mate es
una de las primeras cosas de las que me ocupo minutos después de despertar.
Todas las mañanas preparo un termo con
agua caliente y el kit correspondiente -mate yerba y bombilla- únicos protagonistas de la bandeja que llevo a la cama. La llegada del
mate a la cama da comienzo al rito. Mientras el tiempo transcurre a
cuenta gotas en cada cebada, me mantengo en completo silencio. Aferrada a mi mate con ambas manos, me
sostengo en la tarea de desprenderme de las vivencias del no tiempo.
Retazos de sueños, saldos del suspenso,
devienen notas escritas en mi libreta.
Lentamente voy despidiéndome del abandono dispuesto por la noche. La luz y ciertos sonidos se filtran trazando el espacio. Como ella,
comienzo a disolverme en un contorno impuesto
por colores y formas. Muda de palabras voy recogiendo mis fragmentos a
medida que el agua se acaba. La última gota de agua bendita coincide con el momento de vestirme del ropaje cotidiano y hacer caso a la respuesta
que alguna vez di a la pregunta de quién
soy.
Hermosa descripción. El mate en soledad dispara cosas.
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